A comienzo del siglo pasado existieron unas mujeres que eran contratadas para llorar a los difuntos durante las exequias, las llamaban plañideras. Esta palabra proviene del verbo plañir, que significa sollozar.
Esta tradición se realizaba en los velorios donde había una escasa presencia de dolientes teniendo su orígen en el antiguo Egipto donde sus servicios eran variados: lamentos que podían convertirse en gritos desconsolados, golpes en el pecho, echarse en el piso, o en diversas partes del cuerpo del difunto.
Estas lloronas eran contratadas porque se creía que los llantos que emitían limpiaban el alma del difunto de pecados facilitando así su alcance rápido a la gloria eterna. Además de brindar sus lágrimas, estas lloronas servían de complemento para que los deudos pudieran atender de manera adecuada a quienes habían venido a esta ceremonia de despedida.
Una vez finalizado el entierro, las plañideras o lloronas recibían el pago de sus honorarios. Esta paga podía ser en dinero o en especies como víveres.
Estas personas que tenían como función llorar por el alma del muerto eran de mediana edad, algunas eran viudas o mujeres que, por diversas razones, habían quedado solas. Las lloronas asistían a los velorios completamente de negro, se solían contratar de dos o tres y eran ubicadas en un sitio especialmente reservado para que emprendieran su dramático sollozo hasta el momento del sepelio.
Se trataba de una contratación sumamente popular ya que no era pertenencia exclusiva de un determinado grupo social sino que cualquier miembro de la sociedad contrataba sus servicios de actuación.
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